28 de noviembre de 2012

"EL LUGAR MÁS BONITO DEL MUNDO", Ann Cameron


Las apariencias engañan, y el claro ejemplo de ello se puede encontrar en esta obra. Muchos la podrían catalogar como cuento infantil, otros como una historia sin más fondo que lo que transmiten sus palabras. Yo, sin embargo, no encuentro una palabra exacta que simbolice lo que me transmite. Es tal la incompetencia, o simplemente la imposibilidad de no ver más allá de los caracteres escritos que tienen algunos editores, que esta obra podría haber pasado por mis manos desapercibida sin dificultades, o en la esquina de una estantería llena de polvo durante meses, sin nadie darle el mínimo aprecio. Hasta en la literatura importan las apariencias. Bajo una coraza hecha a partir de un tipo de letra grande y de un vocabulario sencillo, se encuentra escondida una humilde composición que podría dejar atónitos a los mismos trabajadores de la editorial si la leyesen dos veces. La historia está triste, porque no se le ha reconocido su valor. Y es que el mero hecho de emplear palabras comunes no conlleva que una obra sea buena o mala. "El lugar más bonito del mundo" encierra entre sus páginas una historia sin igual, con grandes sentimientos implícitos, que son más difícilmente apreciables debido a que es un niño quien los cuenta, y que no se detiene a explicarlos detalladamente. El relato narra una historia de superación personal, de lucha contra situaciones adversas, de persecución de los sueños. También tiene un lado oscuro: el poco aprecio de una madre a su hijo, las dificultades ya desde la infancia para ser alguien en la vida en Guatemala, la pobreza... Esta obra puede leerse de dos formas, de manera similar a como dicen las páginas de introducción del Lazarillo de Tormes: quien quiera puede quedarse al margen, leer por pura diversión, mantenerse en la frontera entre lo que se puede leer y lo que se puede imaginar. Otros, sin embargo, preferirán hacer una lectura más reflexiva y sacar conclusiones de ella, y de paso, divertirse aún más. Esa elección ya es libre. Para concluir, me gustaría decir que un libro con párrafos como los siguientes no debería ofertarse a partir de los ocho años de edad:

- ... Quería pedirle que me dejara ir a la escuela, pero me daba miedo decírselo. Temía que me dijera que no. Porque entonces yo me daría cuenta de que no me quería por mí, sino porque estaba ganando dinero para ella. ¿Y si ella era como mi padre y mi padre y mi padrastro, que nunca se preocuparon por mí, y yo me daba cuenta de que no me quería y sólo estaba fingiéndolo?... (Páginas 49 y 50)

-  ... y, de repente, un día me dijo que se iba a casar con aquel hombre que habíamos encontrado en la calle. Se iba a ir a vivir con él, pero yo no me podría ir con ella porque él no quería. Él quería una familia, pero quería niños que fueran suyos, y, además, no tenían dinero para mantenerme a mí. Y aquel mismo día, mi madre se fue de casa de la abuela para ir a vivir con mi padrastro ... (Páginas 24 y 25).


(Javier Quesada Funes. El Entrego. 4º ESO)




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